Este mes que cierra el año, la costumbre de regalar nos conecta con nuestra capacidad de dar y de recibir, y con nuestra gratitud.

La gratitud es una de las fortalezas más importantes que tenemos como seres humanos a nivel psicológico. Cuando la practicamos, mejoramos a nivel físico, emocional y social. Robert Emmons (), estudioso de la gratitud, ha identificado que las personas con mayor gratitud tienen un sistema inmunológico más robusto, tienden a hacer más ejercicio y tienen mejor sueño. A nivel emocional, reportan más sentimientos positivos, alegría y optimismo. A nivel social, tienden a tener mayor compasión, generosidad, capacidad de perdón y más integración en su comunidad.

¿Qué es lo opuesto de la gratitud? Pues la envidia, que se alimenta de la comparación.

En una época donde todos nos esforzamos por mostrar nuestra mejor cara vía redes sociales, las comparaciones se han disparado, generando gran malestar, sobre todo entre adolescentes y gente joven. Además, la comparación constante nos aleja de vivir en el presente, ya que estamos más preocupados por lo que el otro está haciendo en vez de ocuparnos de experimentar lo que nos toca hoy.

Siento que el secreto de la gratitud tiene que ver con aprender a apreciar (¡y multiplicar!) las pequeñas alegrías diarias. Algunas ideas para activar nuestra gratitud son: mantener un diario donde escribamos las pequeñas cosas por las que estamos agradecidos (este ejercicio ha tenido excelentes resultados en muchas poblaciones); salir a dar paseos con toda nuestra atención, contemplando cada detalle (la luz, el viento, los árboles); o hacer algo por esa persona que nos han dado una alegría, por más pequeña que sea, y preguntarnos ¿cómo puedo seguir alimentando el círculo virtuoso de la gratitud en mi vida?

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