En nuestra sociedad ya se ha hecho popular llamarle temblor al movimiento suave del suelo cuando ocurre un sismo, o terremoto, cuando el movimiento causa daños en las viviendas o produce de manera indirecta la pérdida de vidas humanas.

En realidad, los nombres sismo, temblor y terremoto son sinónimos, no existe diferencia alguna en su definición, pero lo correcto es llamarles sismos. Si a estos eventos los asociamos a la cantidad de energía que liberan, los valores de magnitud serán diferentes; del mismo modo, si consideramos los niveles de sacudimiento del suelo. Sin embargo, debemos comprender que un sismo de magnitud M4 puede causar tanto daño como un sismo de magnitud M8, ya que solo dependerá de la distancia que existe entre el foco del sismo y la ubicación del punto de interés.

Por ejemplo, un sismo de magnitud M4 que ocurra debajo de la ciudad de Lima a una profundidad de 10 km., producirá tanto daño en Lima como el que produjo el sismo de M8 que ocurrió en Pisco en el año 2007. Este evento que ocasionó la muerte de personas en Pisco, debería ser llamado terremoto, y en Lima, que tan solo alarmó a la población sería un temblor. Estos conceptos explicarían la pregunta tan frecuente: ¿qué magnitud debe tener un sismo para ser un terremoto?

Quizás todas estas definiciones resulten confusas, pero la población debería comprender que en realidad no es importante saber qué magnitud presentó el evento sísmico, sino qué tan fuerte se sacudió el suelo bajo nuestros pies, ya que de ello depende si las viviendas colapsan o no, sobre todo porque las personas son afectadas no por el sismo, sino por el colapso de sus propias viviendas.

Esto último, nos lleva a entender que nuestra preocupación debe estar orientada en conocer con qué material fue construida nuestra vivienda y en qué tipo de suelo. En el Instituto Geofísico del Perú, seguimos haciendo ciencia para protegernos, ciencia para avanzar.