“Por decisión personal dejé de hacerlo por respeto al personaje, por respeto al público y por respeto a mí mismo. Seamos realistas: Dios es muy bueno, perdona todo, pero el tiempo no”, dijo hace unos días, en su actual estadía en Lima, Edgar Vivar, actor mexicano de 76 años que encarnó al Señor Barriga en “El Chavo del Ocho”, la emblemática serie creada por Roberto Gómez Bolaños. Palabras sabias, reales, que cobran vigencia en estos tiempos en los que, por casualidades del destino, otros dos integrantes de la entrañable producción se encuentran trabajando en la capital como figuras principales en temporadas circenses: María Antonieta de las Nieves, de 75 años y Carlos Villagrán, de 81. Pero, mientras Vivar decidió guardar en el baúl de los recuerdos los trajes de los personajes que caracterizó, por ese tiempo implacable que admite deja huella, sus compañeros no piensan lo mismo; siguen explotando a La Chilindrina y Quico, dándole la espalda al buen recuerdo, a la esencia de la creación y sobre todo al sentido común. Y no es que la edad sea una barrera para que un actor encarne personajes importantes en cine, teatro o televisión, pero en el caso de los integrantes de “El Chavo del Ocho”, algunos de sus personajes más entrañables, fueron concebidos para que actores adultos caracterizaran a niños; encargo artístico que definitivamente iba a tener un límite, les guste o no. Chespirito, el creador de ese universo del humor, entendió eso, y en 1992. a los 60 años decidió despedir al Chavo de su piel, a pesar de ser su creación más exitosa, y se dedicó a explotar otros roles. No es casualidad que siempre se escuche una frase recurrente en el mundo del espectáculo y que dicen muy convencidos los integrantes de ese universo del entretenimiento: “quiero morir sobre un escenario”. ¿Pero realmente deber ser así cómo terminen sus carreras emblemáticos artistas? Aunque cada quien es libre de saber cuando debe dar un paso al costado en cualquier profesión, la vida del artista, por ser mediática, por estar en constante exposición y calificación, debería terminar cuando ya no proyecta esa grandeza de la que millones disfrutaron. Es mejor dejar un buen recuerdo, que insistir en un presente que no es la sombra de lo que fue y que en lugar de aplausos, genere nostalgia con bastantes dosis de tristeza.