Es verdad de que Iván Duque, presidente de Colombia, fue abucheado al instalar el período legislativo 2022-2023 en el Congreso de su país, pero también lo es que no se amilanó ante la nueva mayoría producto de las elecciones recientes. Lo de ayer en el Parlamento cafetero tampoco es comparable al contexto que tuvo que afrontar el expresidente Alan García en sus palabras al entregar la banda presidencial en 1990 al finalizar su mandato de 5 años, en que los sonoros carpetazos prácticamente impidieron que el mayor orador del continente pudiera dirigirse cómodamente al país. Así es la política y así debe ser asimilado, y lo que ayer vimos en Bogotá, como pasó a García, no debe sorprender a nadie. Iván Duque es bastante joven -45 años- y aunque no pudo conseguir la pacificación total esperada -le correspondía sanear la paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN)-, dado que su predecesor Juan Manuel Santos, con todos los sobresaltos y defectos del proceso de negociaciones, finalmente lo consiguió con las FARC, no creo que para el discípulo del estadista Álvaro Uribe haya acabado su carrera porque sencillamente en política no existen muertos. Todos son como Lázaro, si no veamos otra vez cómo Alan García pasó del ocaso con su exilio en París por una década a su retorno victorioso en 2001 con segundo mandato en 2006. Duque no es ni será jamás el zoon polítikon que fue Alan pero habiendo llegado a la presidencia de su país, siempre estará en el bolo; sin embargo, si el izquierdista Gustavo Petro, resulta ser más presidente en el balance de los 4 años que siguen, el arrastre de los errores de Duque pasará inexorablemente al futuro candidato de la derecha colombiana que tendrá que crear su propio control de daños porque lo que sí existe son las facturas por yerros políticos.

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