En líneas generales, a lo largo de los años el Perú ha tenido siempre una posición muy firme y crítica respecto a la dictadura venezolana iniciada por Hugo Chávez y continuada por Nicolás Maduro. Salvo en las administraciones del “revolucionario” de tripley Ollanta Humala y del filosenderista Pedro Castillo, la postura de Lima ha sido muy dura respecto a la falta de democracia y libertades en ese país, lo que ha generado la llegada a nuestro territorio de casi millón y medio de inmigrantes, muchos de ellos ilegales.

Hasta hace unos días, esa posición se mantenía más que vigente para orgullo de los peruanos que creemos en la separación de poderes, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Ver al entonces canciller en la sesión extraordinaria de la Organización de Estados Americanos (OEA), Javier González Olaechea, condenando con total firmeza el robo de las elecciones del 28 de julio último por parte del chavismo, mostraba, aparentemente, que la presidenta Dina Boluarte y su gobierno estaban en el lado correcto.

Sin embargo, ahora tenemos un canciller como el embajador Elmer Schialer que parece no tener las cosas claras y usar la diplomacia, en el mal sentido del término, para aparecer como un tibio frente a la dictadura venezolana que roba, mata y no entrega el poder pese a haber pedido la elección presidencial de julio último. En sus tres apariciones públicas tras asumir el cargo el martes último, no ha hecho más que sembrar dudas en momentos en que se exige firmeza y decisión.

Esta insólita y poco alentadora postura de Torre Tagle manifestada en momentos en que la dictadura chavista pretende meter preso al líder opositor Eduardo González Urrutia, ha sido ratificada ayer por el premier Gustavo Adrianzén, quien según fuentes de Correo habría estado descontento con el protagonismo tomado por González Olaechea tras su presentación ante la OEA. Parece ser que la tibieza frente al chavismo será una política de Estado de ahora en adelante.

Con esto, el Perú deja de ser un severo crítico de Maduro y su gavilla de asesinos y ladrones con vínculos con el narcotráfico, para quizá pasar al grupo de Brasil, Colombia y México, donde los gobiernos de izquierda han optado por las medias tintas, la complicidad asolapada y el mirar hacia arriba mientras caminan silbando con las manos en los bolsillos. Lástima por el Perú y lástima por los venezolanos que esperan que algún día vuelva la democracia y la libertad a su país.