La intensa y desgastante campaña electoral en un contexto ya caldeado por la angustia de una inacabable pandemia, nos ha llevado a un punto en el que la mitad de los peruanos están frustrados con los resultados electorales, pero el total de los peruanos están conformando una nación fracturada, polarizada e inviable como colectivo. Y eso de por sí ya es muy violento. Es como pedirle a los fanáticos de la “U” y de “Alianza Lima” que reconozcan los valores del contrario y alienten a sus equipos sentados juntos en la misma tribuna sin molestarse unos a otros.

Este resultado nos va a sacar a todos de nuestra zona de confort y obligar a recolocarnos en un nuevo escenario que supondrá nuevos retos, limitaciones, depresiones y oportunidades.

Lo mejor que podemos hacer es una pausa antes de reaccionar, como la que hace quien recibe un email irritante y en vez de contestarlo de inmediato se toma uno o dos días para hacerlo más calmado, redactando una respuesta más ponderada y menos hepática.

Yo necesito esa pausa y se la recomiendo a todos los que leen mis columnas. No se trata de renunciar a los temores naturales que nos suscita un escenario futuro incierto y riesgoso, porque así se pinta tanto para ganadores como para perdedores, aunque por distintas razones. Se trata de revisar qué nos pasó, como individuos y como nación, imaginar que quizá esta podría ser una crisis de crecimiento -sin renunciar a tomar nota de las señales de alerta-, y “tirar para adelante” dando lo mejor de nosotros para construir un Perú mejor, que no es solo el Perú del ganador ni del perdedor, sino de todos.

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