La abrumadora victoria del Partido Popular -la derecha española- del Ayuntamiento de Madrid con Isabel Díaz Ayuso, ha significado la completa derrota de Pablo Iglesias, que ha renunciado a la segunda vicepresidencia del gobierno de España, conseguida con sus bajos acuerdos con Pedro Sánchez del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), también movido por los resultados que, aunque mareado por la catástrofe política reciente, acaba de decir casi en tono agonizante, que no habrá un adelanto de elecciones. Pero el líder de Unidas Podemos -objeto de estas líneas-, el partido ibérico de la izquierda radical que otrora apareció hace algunos años en la política española, prácticamente de la nada, y con el récord de haberse constituido en el mayor obstáculo para el desarrollo del país, ha optado por lo que un político sin fuste: tirar la toalla a la primera gran derrota política. Sin agallas, Pablo Iglesias, ha sido un verdadero impresentable en la política de España que llegó lleno de expectativas para la ciudadanía que lo creyó, sorprendido, un distinto y nuevo miembro de la casta política que el país estaba requiriendo, en una etapa en la que se buscaba remontar los momento aciagos de la crisis de 2008, que años después, terminó capitalizando. Iglesias, debo reiterar, siempre me ha parecido un perfecto irresponsable que incluso incitó la trama secesionista de Cataluña del seno de la propia España, y luego visto con posición híbrida, solo porque llegó al alto cargo político. Por sus completas indefiniciones, lo único que estaba desnudando progresivamente, era mostrarse como un completo oportunista y arribista, sin sangre ni agallas políticas como para participar de la conducción de España hacia el progreso. Lejísimos de los grandes políticos que otrora tuvo el país como para haber tenido tribuna en el gobierno, solo posible por un presidente, también sin fuste, como lo es Sánchez. La victoria de Ayuso toca campanas del retorno de la derecha en el poder político del país y eso será importante en una etapa en que España no ha podido sincerarse con su propia agenda internacional -salvo el eficaz manejo de la pandemia por la guapa Ayuso-, que la ha impactado tanto o más que a otras de las naciones de la Unión Europea, cuya presidencia del consejo asumirá en 2023.

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