Llegó la Navidad con su repertorio de luces, villancicos y llamados a la paz. Pero en el Perú ese mensaje rebota contra una pared de corrupción, disputas políticas e inseguridad que no se toma vacaciones. Aquí, el espíritu navideño convive con la zozobra cotidiana, como si la esperanza fuera apenas un adorno más, bonito pero prescindible. No es una contradicción menor: es el síntoma de una crisis que ya no se disimula ni con fuegos artificiales.

El Gobierno y el Congreso no son espectadores de este escenario, son protagonistas. Escándalos en cadena, ausencia de respuestas frente a los problemas reales de la gente y una obsesión enfermiza por culpar a terceros han construido un clima de desconfianza permanente. Se gobierna más para el interés propio que para el bien común, y cuando todo falla, se recurre al viejo libreto de la victimización política. La incompetencia se disfraza de excusa.

La Navidad recuerda —al menos por un instante— que los abrazos pueden reemplazar a los discursos y que las diferencias deberían ceder ante la solidaridad y la fe. Pero esa reflexión no puede quedarse en el plano simbólico. Es una oportunidad para que el Gobierno revise el rumbo y actúe con algo que escasea: inteligencia política. Reconocer errores y corregirlos es gobernar; insistir en justificaciones que agravan el problema es una irresponsabilidad.

Por eso resulta alarmante que el presidente José Jerí admita, sin pudor, que no ganará la lucha contra la inseguridad ciudadana por “falta de tiempo”. No es una excusa: es una confesión de renuncia. Una declaración de intenciones que deja a millones de peruanos a merced del miedo.

Sabemos que el camino no es fácil y que los resultados no llegan por decreto. Pero también sabemos que este país comparte una fe que invita a creer en la transformación. Jesús, cuyo nacimiento da sentido a estas fechas, no prometió atajos, pero sí esperanza y responsabilidad. Si nuestros gobernantes no están dispuestos a asumir ese desafío, el Perú no solo perderá la Navidad: enfrentará problemas mucho mayores que cualquier villancico podrá silenciar.