El 6 de noviembre de 1860, como hoy, Abraham Lincoln (1809-1865), considerado por muchos, el más grande presidente de los Estados Unidos de América del siglo XIX, fue elegido el décimo sexto jefe de Estado en su historia nacional. En Perú gobernaba el Mariscal Ramón Castilla durante el inicio de su segundo gobierno. Lincoln asumió el mando al año siguiente, el 4 de marzo de 1861 y tuvo una trágica muerte por asesinato en 1865.
Es verdad que no ha sido el único presidente asesinado; sin embargo, fue el gobernante durante la denominada Guerra de Secesión que puso en riesgo la unidad estadounidense. Su legado por construir un país grande se vuelve más vigente que nunca en medio de ser EE.UU., la nación más golpeada por la pandemia de la Covid-19.
Su referida trágica muerte tuvo enorme repercusión en el continente -gobernaba el Perú el general Juan Antonio Pezet (1863-1865)-, y el deceso se produjo luego de una agonía de cerca de 8 horas al haber recibido un disparo en la cabeza a manos de un adicto de los derrotados confederados durante la guerra que impactó a la sociedad estadounidense (1861-1864) y que, hay que decirlo, fracturó al país. Lincoln, desde sus primeros años de abogado, luchó por la abolición de la esclavitud -como lo hizo su coetáneo Ramón Castilla, también el mejor presidente que tuvimos en ese siglo, que la decidió en 1854-, cuya causa la hizo su mayor bandera política, alcanzando la reelección en 1864.
Su idealismo político para preservar a la Unión como la base política del país, que por esos años se hallaba ensangrentado por la guerra civil, sólo es comparable a la del emblemático John F. Kennedy, también asesinado (1963). Lincoln jamás se apartó del Destino Manifiesto como fuente de inspiración para la denominada grandeza americana y esa premisa al tiempo que le dio éxito, también le produjo enemigos políticos.
En la sociedad estadounidense es recordado con mucho respeto pues como el primer presidente republicano en su historia más que bicentenaria, fue esencial para el futuro de una nación que necesitaba de la unidad política y social para lograr su engrandecimiento en medio de un mundo todavía dominado por la entonces Era victoriana. Lincoln sentó las bases para que Estados Unidos pudiera conducirse con seguridad en un mundo adverso y extraordinariamente competitivo.