En mayo del 2020, el obispo de Lomas de Zamora, al sur oeste de Buenos Aires, Argentina, dijo lo siguiente: “Los periodistas que atacan a la iglesia deberían contraer cáncer de pulmón”. Me acuerdo de este deseo del religioso hoy, cuando el Congreso insiste en una iniciativa legal que modificará los códigos Penal y Civil para incrementar penas por los delitos de difamación y calumnia en los medios de comunicación. Creo que la mayoría de los parlamentarios piensa lo siguiente: “Los periodistas que nos atacan deberían ir a la cárcel”.

Aumentar las penas contra la prensa creo que es una reacción del Congreso ante las investigaciones periodísticas que han destapado múltiples casos de corrupción en ese poder del Estado. Están con la sangre en el ojo. ¿Por qué razón habríamos de cuidar los periodistas la imagen del Parlamento más que los propios parlamentarios?

En lugar de crear leyes para solucionar los problemas que afectan el día a día de los peruanos, se dedican a mirar a otro lado y buscar enemigos artificiales. Por eso la emprenden contra la prensa. Es la soberbia estúpida de los que fracasaron en su tarea de fiscalizar e impulsar proyectos legales a favor de la gente y ahora son gurúes de la moral y las buenas costumbres. Están haciendo lo que les conviene y no lo que es justo.

El asunto es que muchos abordan una gran contradicción. Se llenan la boca defendiendo la libertad y la democracia, pero no lo ponen en sus actos. Son arbitrarios e intervencionistas como en Venezuela o Cuba. Ya lo decía el expresidente Valentín Paniagua: “En el Perú ha habido y hay arbitrarios. Estos son inspiradores del desorden y nada conservan excepto el poder que anelhan ejercer sin control ni moderación”. Esto le cae como anillo al dedo a los congresistas.

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