Los fanáticos y extremistas están ganando. No solo en las calles sino también en el Congreso. Aquí los radicales (de izquierda y derecha) insisten en el abusivo sistema de bloquear la salida a la crisis imponiendo consignas “principistas”. Que las reformas, que primero hay que mejorar la calidad de la clase política, que la Asamblea Constituyente, etc. Y no pocos, que se creen la voz cantante del Parlamento, dicen que las protestas son de unos cuantos terroristas y que hagan lo que hagan, ellos se quedarán hasta el 2026.

Están dejando de cumplir su misión para la que fueron elegidos: representar a la gente. Hoy más  del 70% de peruanos pide que se realicen elecciones generales este año, según las encuestas. ¿No decían que la voz del pueblo es la voz de Dios? En vez de hacerse de la vista gorda y encogerse de hombros ante esta exigencia, poniendo pretextos, el Congreso debe plantear alternativas democráticas, pero específicas, para terminar con la convulsión social. Menospreciando y desacreditando las manifestaciones solo se alienta un escenario frenético, en el que se arrastra al Gobierno y a las fuerzas del orden. Entonces surgen los instintos, se pierde el control y se llega a cualquier extremo, como las muertes.

Si los radicales, en las calles y en el Congreso, dejan de lado sus enconos, fulminaciones verbales y enfrentamientos, habrá grandes posibilidades de componer esta situación. Solo deponiendo intereses subalternos y asumiendo una flexibilidad pragmática se podrá frenar esta ola de violencia, que suma muertos en todo el país, y que es seguro caldo de cultivo para más odio, resentimiento y fragmentación de la sociedad peruana.

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