La historia demostró como desacierto haber pensado que después del fin del Pacto de Varsovia –y de la Guerra Fría– ya no habría más guerras en el mundo. En el Perú, algunos “opinólogos” igualmente yerran cuando pretenden minimizar la finalidad primordial de las Fuerzas Armadas –de garantizar la independencia, la soberanía y la integridad territorial de la República– porque asumen que, cerradas nuestras fronteras, ya no existe necesidad de renovar su capacidad bélica.

Aquellos “políticos” que adoptaron esa idea, acentuando la prioridad para  emplearlas en tareas de desarrollo y defensa civil, también se equivocan cuando pretenden darles responsabilidades para solucionar la inseguridad ciudadana, olvidándose su ethos y que solo –en régimen de excepción– pueden asumir  el control del orden interno.

Por tal razón, no debe soslayarse la Política Nacional Multisectorial de Seguridad y Defensa Nacional al 2030, en cuanto al lineamiento que demanda “fortalecer las capacidades nacionales destinadas a la defensa de la soberanía e integridad territorial, la protección de la población y el territorio frente a los conflictos y/o amenazas del ámbito externo”, lo cual significa no cometer el error recurrente  de reducir su presupuesto postergando la modernización del material, el entrenamiento y mantenimiento. Nuestras Fuerzas Armadas, a pesar de todos los sinsabores –producto de  las limitaciones para cumplir su misión– y la ingratitud de mucha gente, siempre estarán dedicadas al servicio de la Patria, porque esa es la naturaleza de los hombres y mujeres que conforman estas nobles instituciones, característica que los comandos militares y la sociedad tienen la obligación de sostener, exigiendo a los gobernantes que les provean los medios, y que no los abandonen –de veteranos– al término de su servicio.

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