El argentino Jorge Valdano solía decir que “un líder tiene que gestionar expectativas y cuando estas desaparecen, lógicamente se hace mucho más difícil la conducción de un grupo o una sociedad”. Algunos presidentes logran gestionar estas expectativas de manera efectiva, generando entusiasmo y paciencia entre la ciudadanía, ingredientes esenciales para la reconstrucción de una nación. Sin embargo, otros fallan en este aspecto, y la única expectativa que generan es la de su pronta partida. En el Perú, esta situación es particularmente evidente.

No sorprende, entonces, que en la última encuesta de CPI, a la pregunta sobre qué debe ocurrir para superar la crisis política que vivimos, el 14.6% de los encuestados respondiera que se necesita “un cambio de presidente”, el 11.6% pidiera nuevas elecciones generales y el 10.6% exigiera la vacancia de Dina Boluarte. Estos números reflejan un profundo descontento y una creciente impaciencia con la actual administración. Y ni hablar del rechazo a la mandataria, quien rompe todos los récords en términos de desaprobación.

Existe un dicho que reza: “Para tan poca salud, más vale enfermo”. Este parece ser el enfoque adoptado por la presidenta, quien opta por una letanía de quejas y una victimización constante, con el objetivo de generar compasión. Boluarte parece creer que esta estrategia le permitirá mantenerse en el poder hasta 2026. Sin embargo, no se da cuenta de que gobernar no se trata de aferrarse al puesto, sino de trabajar efectivamente para los peruanos.

Con una actitud pasiva frente a los desafíos presentes, solo logrará incrementar la desaprobación y el descontento. Gobernar es más que ocupar una silla en el palacio de gobierno; es tomar decisiones valientes, implementar políticas efectivas y, sobre todo, responder a las necesidades de la población. La gestión de expectativas no es una tarea menor, es la base sobre la cual se construye la confianza y el apoyo de una nación.