Si los peruanos no reflexionamos y asumimos el compromiso de votar mejor y de forma responsable en los próximos comicios luego de haber visto este año a una presidenta como Dina Boluarte envuelta en escándalos personales totalmente evitables y al frente de un gobierno que avanza a la deriva con el único propósito de sobrevivir; y a un Congreso bajo investigación por la existencia de una red de prostitución que estaría operando en sus pasillos, entonces preparémonos para algo peor a partir de julio del 2026.
Con la elección de Pedro Castillo en 2021, un iletrado, agitador de plazuela y filonsenderista que además terminó siendo un golpista y corrupto, tenemos que haber tocado fondo, lo que debería implicar un golpe de reflexión para los ciudadanos, en el sentido de que no se puede poner el destino del país en manos de cualquier personaje al menos dudoso. Eso fue un disparo a los pies, fue suicida y más aún cuando salíamos de una brutal pandemia que nos dejó más de 210 mil muertos y una economía devastada.
Pero Castillo, un pobre hombre que en medio de sus carencias lo único que sabía hacer era repetir la palabra “pueblo”, no llegó solo. Venía acompañado de una vicepresidenta llamada Dina Boluarte, quien por mandato constitucional tuvo que asumir las riendas del país luego del golpe de Estado dado por el profesor a fines del 2022. De ella no se podía esperar más, y hoy pagamos las consecuencias de una gestión propia de la segunda del chotano en una plancha presidencial armada por un prófugo de la justicia como Vladimir Cerrón. ¿Qué querían?, ¿una Margaret Thatcher?
La tragedia del 2021 no fue elegir solo a Castillo y a Boluarte, sino también a este Congreso de “niños”, “mochasueldos”, filoterroristas, escuderos de prófugos y golpistas, brazos extendidos de economías ilegales, violadores y quizá hasta usuarios de una red de prostitución in house. Sí, a esta gente le dimos nuestro voto para que en teoría saque al país del hoyo en que nos dejó el COVID 19. Y no nos hagamos los sorprendidos, que al igual que con la plancha presidencial de Cerrón, las advertencias estaban dadas.
Para el 2026 se vienen unas elecciones en las que quizá las opciones para Palacio de Gobierno y el Congreso sean más terroríficas que las del 2021, porque lamentablemente las leyes de este Parlamento de “joyas” y el sistema electoral, lo permiten. Por eso, si el ciudadano por cuenta propia no actúa con responsabilidad y pensando en su propio futuro y el de su familia, no nos sorprendamos si en julio del 2026 vemos a un asesino, un terrorista, un narcotraficante o un secuestrador poniéndose la banda presidencial.