Hoy, 6 de agosto, recordamos 77 años desde que Paul Tibbets, piloto norteamericano, a bordo del El Enola Gay, una de las naves B-29 que por orden del presidente Harry Truman, lanzó la mortífera arma nuclear Little Boy sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Tres días después fue lanzada la segunda, la Fat Man, esta vez sobre la ciudad de Nagasaki. Murieron en el acto y en total por los dos lanzamientos más de cien mil personas y con las secuelas solamente hasta fines de ese mismo año ya habían fallecido un total 210 mil. EE.UU. sabía del alcance de estas bombas desde que el propio Albert Einstein lo advirtió al presidente Franklin D. Roosevelt en una carta que le dirigió en 1939 y en la que hizo saber que la desintegración nuclear en cadena podía producir una bomba atómica devastadora. El presidente Harry S. Truman, que asumió la presidencia a la muerte de Roosevelt, y que había tomado esta decisión, antes había lanzado una proclama al Japón, junto con los líderes del Reino Unido, China y la Unión Soviética –la Declaración de Potsdam del 2 de agosto de 1945–, pidiendo al emperador Hirohito la rendición incondicional. La negativa del imperio del Sol Naciente apresuró los lanzamientos nucleares que nunca más se han vuelto a realizar en el mundo. Este hecho, junto al ataque de Manchuria el 8 de agosto de ese mismo año por las fuerzas rusas que superaron el millón y medio de soldados, llevó a que Japón anunciara su referida rendición incondicional, lo que recién se hizo el 2 de setiembre siguiente a bordo del acorazado Missouri y ante el general Mc Arthur. Luego siguió la paz mundial que hoy debemos mantener.

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