Hace muchos años, cuando el 7 de junio era una fecha festiva, no existía duda sobre la pertinencia de los cursos de Educación Cívica e Instrucción premilitar. Eran tiempos en que –por tal motivo– los edificios y todas las viviendas de las ciudades enarbolaban sus banderas rojiblancas; y a lo largo de la jornada se realizaban diversas actividades conmemorando el aniversario de la Batalla de Arica, instituido –desde 1924– como el “Día de la Bandera”, fusionándose con la ceremonia de “Renovación del juramento de fidelidad a la bandera” que se fue normada luego de haberse inaugurado la Plaza Bolognesi en la ciudad de Lima, en 1905.
La importancia del hecho histórico, en que las tropas peruanas lideradas por el ínclito coronel Francisco Bolognesi sucumbieron por el honor nacional, trasciende al Ejército del Perú: constituye una oportunidad para que todos los peruanos –con uniforme o sin él– renovemos ese juramento trabajando unidos e identificados por el significado sublime del cumplimiento del deber.
El binomio de “identidad nacional y deberes sagrados que cumplir”, que nos trasmite la epopeya de Arica, es una exigencia para impulsar en todo el país –en primer término– el fortalecimiento del sentimiento patriótico, con acciones efectivas que implican mayor presencia del Estado, campañas de civismo, y la implementación de programas educativos que prioricen los valores democráticos de la República del Perú.
Y, por otro lado, cumplir eficientemente con el rol que nos señala la Constitución y las leyes, particularmente para mejorar la gestión pública, despojándonos de personas que aceptaron un cargo estatal sin calificar para desempeñarlo convirtiéndose en obstáculos para nuestra seguridad y desarrollo, pues solo calientan el asiento de una oficina a expensas del pago de nuestros impuestos. Ambos elementos son indispensables para que el Perú verdaderamente sea “Firme y feliz por la unión”.