Se sostiene la menor valía y costo de la educación virtual respecto a la presencial por el menor número de horas de conexión directa de los alumnos a los profesores vía pantallas. Suponen que una clase virtual debe equivaler a una presencial pero hecha a distancia. Se desconoce no solo el verdadero costo de producción y trabajo de profesores de una propuesta así sino también que el contexto espacial y humano escolar presencial para el alumno no es equivalente al virtual en el hogar, y que cada uno supone estímulos, configuraciones, metodologías y demandas de habilidades diferentes en campos como la concentración, distractibilidad, autonomía, resiliencia, liderazgo, trabajo en equipo, elección de recursos para resolver problemas, pensamiento crítico, etc..

Además, hay dimensiones de la salud mental y física que tampoco se están considerando. Hay daños físicos a los ojos, cuello, columna, rigidez muscular, obesidad por sobreconsumo alimentos, daños cognitivos por la asimetría e inmediatez de los estímulos sonoros y visuales en formato bidimensional, aumento de dopamina, estrés, angustia, depresión por soledad y menor resiliencia.

La neurorociencia, psicología y pedagogía de nuestros tiempos recomienda que la educación virtual a distancia no tenga a los alumnos conectados todo el día con los profesores, que esta conexión sea intermitente, y que la extensión de cada sesión con la interrupción que media entre ellas también sea dosificada. Esa es la mejor opción de aprovechar este tipo de aprendizaje que habrá de mantenerse a lo largo de sus vidas en lo que resta del siglo XXI.