Se equivoca el legislador Alejandro Cavero cuando señala que el adelanto de elecciones no debería aprobarse porque deja sin efecto una sanción política contra Pedro Castillo y no asegura que el próximo presidente sea mejor que el actual. A estas alturas, el Congreso es el gran responsable de la permanencia de este régimen delincuencial en el poder.
A la izquierda cómplice y “Los Niños” de diversas bancadas se han sumado una dispersión suicida en cuanto a los objetivos y, sobre todo, una alarmante falta de estrategia para definir el cauce de salida a la crisis política y la forma de acometerla.
Ante esto, ante la extrema fragilidad que respiran las bancadas, la ausencia de liderazgos legítimos, las voces discordantes y confusas y en medio del caos que reina y se multiplica en todos los estamentos del Parlamento (¿hasta cuándo seguirá sin funcionar la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales?), solo les queda apostar por todos los caminos.
Los que ya se iniciaron (en la Subcomisión), los que se están iniciando (adelanto de elecciones, reducción del número de votos para una vacancia) o las que se planteen más adelante como la presentación de una tercera moción de vacancia presidencial.
La pobre imagen del Legislativo se desdibuja, además, con la percepción fundamentada de que en realidad no quiere irse y que hay muchos congresistas dispuestos a una convivencia indigna con un Gobierno prontuariado con tal de no dejar de beber de las mieles del poder. Es en ese contexto que se ha elegido a José Williams Zapata, un personaje que -en mi opinión- no ha mostrado firmeza en la necesidad elemental de jalar la cadena y dejar discurrir la corrupción palaciega.
El militar, ex Chavín de Huántar y miembro de Avanza País se reunirá con Pedro Castillo -a su pedido- a tomar el té de tíos de la legitimización que el presidente busca, se someterá al ridículo del protocolo y a la farsa de la cooperación cuando no hay nada más que hacer que fusilar políticamente a este régimen de ineptos y desvergonzados malandrines. Un eslabón más de un estamento sin brújula y que a veces ni disimula su cómoda complicidad.