El comunismo tuvo claros los escenarios de batalla desde el principio, mientras la tibia y miope “falsa derecha” peruana no pudo diseñar una estrategia para enfrentarlos. En los 80-90 el formato del terrorismo fue la “guerra popular”: un conjunto de estrategias político-militares que desangraron al Perú y cuyo fin era la toma del poder por las armas. Gracias a la pacificación liderada por Alberto Fujimori y las FF. AA, se venció militarmente a Sendero Luminoso y al MRTA. Pero el liderazgo y la capacidad no se hereda. Lamentablemente después del 2000 el gobierno y las fuerzas políticas llamadas a continuar enfrentando al comunismo y al terrorismo se durmieron en sus laureles.
Desde entonces inicia otro formato de lucha terrorista: el histórico y político. No solo buscaron que sus aliados caviares los limpien en la CVR, sino que poco a poco promovieron que personajes cercanos ingresen a “partidos moderados” para emprender una campaña que limpie al terrorismo. Si bien estuvieron presentes en elecciones anteriores y hasta en el Estado dentro del MINJUS y otras entidades, el plan queda al descubierto con la postulación de Pedro Castillo.
De forma unánime la izquierda y Perú Libre negaron la existencia de Sendero Luminoso y del terrorismo en la segunda vuelta, y hasta inventaron el término “terruqueo” como un gran fake news al que se prestaron periodistas y ONGs. Pero los cómplices perfectos fueron los tibios políticos peruanos, incluso ex candidatos presidenciales, incapaces de llamar terroristas a los terroristas y que buscan “quedar bien con todos”. Ahora vemos abiertamente a sujetos cómo María Agüero defender a un terrorista como Polay Campos. Con el terrorismo no se puede ser tibio, hay que marcar la cancha: Quien defiende a terroristas o a sus ideas de muerte es igual de terrorista que quien está preso.