Después de varios intentos las distintas bancadas se pusieron de acuerdo sobre la reforma constitucional para la bicameralidad. Es la primera votación de dos que deberán obtener por lo menos 87 votos para soslayar el referéndum. Notable la construcción técnica que incluye por lo menos 53 artículos de una Constitución pensada y redactada integralmente para la unicameralidad. Nos toca hablar de dos cámaras: diputados y senadores. Y de una gran promesa para mejorar un Congreso que en las tres décadas que tiene la Carta de 1993 ha ido de mal en peor y alcanzado cumbres de descrédito y mala imagen. Pero nos toca apostar por la institucionalidad democrática, por un Congreso que pueda cumplir su importante rol para la separación de poderes. Que pueda representar, legislar y fiscalizar con idoneidad y conocimiento, que concite la aprobación y si es posible la admiración de sus electores. Que cumpla con ser el factor de estabilidad política, que asuma los valores de la democracia, la responsabilidad de las élites, el aporte que nos permita salir de la enorme y continuada crisis política y de confianza que lesiona nuestra democracia y nuestra economía. La bicameralidad es una gran promesa que acompañada de la reelección parlamentaria, aplicada selectivamente por un electorado informado de cuáles son los mejores, puede ayudar a que algunos buenos permanezcan en diputados y otros, muy pocos, lleguen al Senado que es la cámara de la experiencia y del conocimiento por excelencia. Porque el rechazo que hoy concita el Parlamento no nos debería llevar a tirar el agua sucia con el bebe adentro. Talvez en la siguiente legislatura sea posible eliminar algunos aspectos aprobados de contrabando y perfeccionar la iniciativa para superar este Parlamento que se viene desdibujando dramáticamente en su misión esencial.

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