El APRA y el PPC, dos partidos con larga trayectoria, se han unido en una alianza para institucionalizar la política y alejar la informalidad y la improvisación aventurera. No hay democracia sin partidos políticos, pero estos deben ser orgánicos. Ahora tenemos más candidatos que partidos, y todos parecen creer que se trata de intereses individuales y no colectivos.

Toda alianza es animada por un interés electoral. Sería absurdo negarlo, tanto como ocultar la importancia de la unión de dos partidos políticos que sumarán esfuerzos para llegar al poder y gobernar. Este nuevo escenario ha motivado todas las críticas posibles de opositores y adversarios, algo que en sí mismo es ya un reconocimiento de que ambos se potencian y constituyen un temible competidor. Alan García y Lourdes Flores en una sola plancha grafican la reedición nacional de la concertación chilena, que dio tan buenos resultados post Pinochet. Surge una nueva personalidad política que une las victorias y la experiencia de García y la capacidad y la trayectoria de Lourdes.

Es una opción institucional frente a la lluvia de individualidades y a la política combi. El PPC se ve revitalizado cuando estaba al borde de la ruptura y la desaparición. Y el APRA -mediáticamente estigmatizada a pesar de la excelencia de su líder- se fortalece. Lo más importante es que tendremos no solo mercadeo político y baile del “Totó”. Lourdes no habrá ganado una gran elección, pero tiene reconocimiento popular. Comparte con AGP un fuerte carisma, son políticos cuajados que unidos pueden dar forma a un grande que podrá pisar firme para recuperar la confianza en la política. Veremos si lo logran.