En los últimos tiempos hemos sido testigos de una práctica preocupante: el veto y la censura a priori de cualquier iniciativa por parte de ciertos grupos de interés. Esta tendencia, que impide el debate, análisis y acuerdos para la formación de leyes, representa una grave amenaza a la esencia misma de la democracia.

Resulta alarmante que incluso la facultad constitucional de presentar proyectos de ley pueda ser vetada o censurada, impidiendo la discusión de temas fundamentales para la representación parlamentaria. Esta práctica, promovida especialmente por ciertas ONG y medios de comunicación, busca limitar el debate sobre temas que afectan la agenda globalista o los intereses de élites locales.

Bajo el pretexto de que “no hay nada que discutir”, se intenta limitar o cortar cualquier iniciativa legislativa, acusando al Congreso de falta de legitimidad para abordar temas que puedan afectar a sectores privilegiados.

Surgen “ídolos de barro” y los “falsos valores” que, inflados de moralidad, señalan que ciertos temas son intocables y que toda propuesta del Congreso tiene carga política, ignorando que el debate político es la esencia del Congreso. Esta narrativa busca vetar el papel del Congreso y otorgar esta tarea a ONG, “notables” y “opinólogos a sueldo” que usurpan las competencias del Parlamento.

En un Estado democrático de derecho, no podemos permitir que sectores con intereses particulares bloqueen iniciativas legislativas del parlamento. Esta práctica equivale a aplicar vetos y censuras previas a los debates democráticos, socavando los principios cruciales de nuestra sociedad.