Hemos culminado el 2022 a duras penas, luego de un año y medio cargado de turbulencia e incertidumbre política, lo que ha repercutido negativamente en la vida social, económica y productiva del país. Por su parte, el discurso basado en el odio y la violencia ha sido utilizado como herramienta principal para la agudización de las diferencias entre peruanos.

Esto último ha servido para atizar las protestas vandálicas llevadas a cabo tras la caída del dictadorzuelo Castillo, que fueron coordinadas, articuladas y financiadas por el remanente senderista en complicidad con la izquierda y la extrema izquierda.

Es por ello que, desde esta orilla, debemos reafirmar los principios de la democracia, fundamentados en el respeto irrestricto a los derechos humanos, la capacidad transformadora del individuo en busca del bien común, el equilibrio de poderes, la alternancia de gobierno, el respeto a la voluntad popular, la representatividad delegada y el uso de los mecanismos de participación ciudadana.

Al frente tenemos a una izquierda que maneja un concepto distinto de democracia. La democracia roja es concebida como un mecanismo para lograr su tan ansiado estado socialista, donde no existe la propiedad individual ni el libre pensamiento. Para ellos, la captura del poder total, mediante la dictadura del “partido pueblo”, es lo primordial, considerando a la alternancia de gobiernos como una “pelotudez”.

Este nuevo año nos da la oportunidad de hacerle frente al escenario violentista y cesionario que se nos viene, y que busca deslegitimar nuestro sistema a través de la convulsión social para encontrar apoyo en los sectores sociales golpeados por la crisis y la desatención del Estado. Ante esta situación, nuestro deber es resguardar nuestro modelo constitucional democrático, porque la democracia no se negocia, no se renuncia a ella y mucho menos se entrega sin defenderla. El marxismo-leninismo-maoísmo ha vuelto a probar sangre y, como un lobo hambriento, volverá por más.

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