Hace unas semanas, en Barcelona, acudí a un retiro predicado por el sacerdote francés Jacques Phillipe, autor famoso en todo el mundo por sus libros espirituales. Jacques Phillipe pronunció diversas conferencias sobre la libertad interior, la vida de oración, la confianza en Dios y la necesidad del perdón. Confieso que, de todo lo tratado, pensando en el Perú, siempre pensando en el Perú, me atrajo el tema del perdón.
Nos dijo Phillipe que el perdón cristiano es un triunfo heroico, una victoria libre de la caridad. Nos habló también de la humana dificultad para perdonar y de cómo la locura cristiana (así la llamó) nos pide liberar al que nos debe perdonando todas sus deudas. Habló también de las enseñanzas de Cristo sobre el perdón, reiteradas, numerosas, clarísimas. Perdonar siempre, setenta veces siete, para así liberar al deudor de la ofensa que cometió contra ti, recordando que nosotros somos deudores de una cuenta impagable ante Dios. Y si Dios perdona nuestras miserias, ¿qué tenemos que hacer nosotros por un mínimo de justicia?
Sí, hay mucho de heroísmo en el perdón. Se trata de un heroísmo silencioso, edificador, un heroísmo que fructifica y que genera, con el tiempo, la paz interior. Enemigo del perdón es el demonio, el acusador, el que divide, el que busca el rencor perpetuo, la venganza fratricida, la persecución hasta el último instante de la vida. Pensé entonces en el Perú, en mi patria, alejada de la mano de Dios, consumida en el sectarismo y dividida por las facciones que buscan el odio perpetuo, la venganza sin límites y la dictadura del Talión. Venganza no es justicia. Justicia no es venganza. La salvación del alma del ser humano pasa por el perdón. Así, lo que sirve para el hombre, ¿no es acaso bueno para los pueblos?.