Orgullosos estamos de nuestras riquezas en la costa, sierra, selva y del Mar de Grau. Tan es así que nos peleamos históricamente diciendo que nuestro país es primordialmente agrícola. Otros dicen que somos mineros y otros pesqueros. A la larga, estas rencillas han hecho que nos dividamos sin darnos cuenta, y pongamos nombres que dividen, como “ricos y pobres”, “hacendados y capataces”, “ingenieros y mineros”, “capitanes y pescadores”.

Hoy la atmósfera como filtro de la radiación solar y como conjunto de gases que rozan con la superficie terrestre, convierte al Cielo de Quiñones en un gran laboratorio dinámico de talla mundial. Sin embargo, lamentablemente, tenemos que esperar que desde afuera nos investiguen.

Con una nueva realidad causada por la pandemia, entramos a una era digital más compleja, donde se hace más intenso el uso de energía para la conexión de dispositivos de todo tipo. Por eso el Perú necesita buscar nuevas formas de energía limpia que coadyuvaría al desarrollo, considerando el equilibrio social y medioambiental que tanto pretendemos.

Contamos con una fuente de riqueza en la energía solar, clasificada a nivel mundial como una de las más potentes del mundo. El centro de esto se ubica en el sur del país. Por eso, es urgente proponer un Centro Nacional Inteligente de Energía Renovables, en la emblemática ciudad de Arequipa, la que se convertiría en la joya del continente en estos temas.

Qué mejor que iniciar un nuevo modelo de descentralización con herramientas futuras de desarrollo como son las energías renovables, que con las comunicaciones actuales se pueden desarrollar e interactuar a nivel nacional sin ningún problema, para prestar asistencia técnica y certificaciones en tecnologías renovables a empresas e instituciones en energía eólica, solar térmica y solar fotovoltaica y biomasa, entre muchos. La edad de bronce no acabó porque se terminó el bronce, sino porque se abarató el hierro. Situación similar ocurrirá con el petróleo.