La noticia de que la senadora afroamericana Kamala Harris acompañará al candidato a la presidencia, Joe Biden, en la fórmula demócrata para ganar las elecciones del próximo 3 de noviembre, le da al proceso una marcada predominancia del tema racial. Está claro de que, si lo que se busca en primera instancia, es seguir llevando cuesta abajo en las encuestas al presidente Donald Trump lo van a conseguir. Sorprendido por el anuncio ruso de la certificación de la vacuna, cualquier estrategia que se le ocurra en este asunto específico, tendrá la ineludible condición de plancha quemada. El racismo, que es penosamente histórico y estructural en EE.UU., ha dominado la vida nacional en lo que va de la pandemia del Covid-19, por el asesinato del ciudadano negro George Floyd, en Minneapolis; además, el manejo del mandatario no ha sido acertado. En efecto, mostrando poco equilibrio, más bien ha sido imputado como indiferente y hasta racista, toda vez que no se ha visto a Trump firme ni crítico respecto de los grupos supremacistas que se han acrecentado paradójicamente en el denominado país de todas las sangres. La puntería del presidente neoyorquino sobre Harris ha sido casi inmediata a la revelación de la noticia. Trump sabe que solamente haber sido escogida la senadora para candidata a la vicepresidencia del país, él perderá una avalancha de votos de las comunidades negras en el país llegan a los 40 millones de la población total (325 mil habitantes) que podrían votar reactivamente. No creo que Trump también piense en una compañera negra para vicepresidenta. Pero, siendo totalmente impredecible, podría hacerlo. El tema del racismo debería tratarse fuera del ámbito político, es decir, esencialmente en el educativo. En el país más poderoso del mundo -como también pasa en el Perú-, siguen aún lejos de ello.

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