Ya era una buena noticia la publicación de investigaciones como la de AERA “High school GPAs are stronger predictors of college graduation than ACT scores” sobre el mucho mayor valor predictor del éxito académico de los promedios de secundaria frente a las denominadas pruebas de aptitud universitaria. Sin embargo, también eso se queda corto al aludir al potencial académico de los estudiantes que tienen particulares talentos y fortalezas.

Supongamos que hay que promediar las 24 notas de un estudiante: tuvo 9 bajas en Matemática, Física y Literatura, pero tuvo la nota máxima en Biología, Química, Historia, Ciudadanía e Informática. ¿Qué nos diría su promedio? Que es un alumno mediocre, aún si es un apasionado por la medicina o la investigación bioquímica. Se castiga su perfil de postulante por tener bajo desempeño en áreas no requeridas para cultivar su talento y pasión, pese a que su éxito se va a construir sobre el desarrollo de sus áreas fuertes.

¿Tiene sentido cortarle las alas por aquellas áreas en las que tiene dificultad, por un arbitrario criterio de que hay que promediar todas las áreas curriculares?. Más sentido tendría presentar su promedio eliminando las 9 notas más bajas, de modo que se visualicen claramente sus logros y fortalezas.

Pero esto supone otra concepción de lo que es un buen estudiante, entender la arbitraria conformación de las áreas curriculares y de los promedio de notas, y sobre todo cuál es la mochila de posibilidades académicas y vocacionales que carga un estudiante que egresa de la secundaria para cultivarla en la educación superior.