Complejísima la situación generada por el grupo extremista Estado Islámico de Iraq y el Levante (EI), cuando condiciona la liberación del japonés Kenji Goto y ahora la del piloto jordano Moaz al Kasasbeh a cambio de dejar ir a Sayida al Rishawi, una mujer comprometida en el atentado en un hotel en la ciudad de Amán, en noviembre de 2001.

Pareciera que el botín por 200 millones de dólares que exigió el EI en un primer momento a un Tokio, indoblegable cuando mostró al mundo los dos rehenes japoneses -uno de ellos ya ejecutado-, habría pasado a un segundo plano desde que apareció en el escenario el piloto jordano. Como este, la “hermana presa” como llaman a Al Rishawi, es jordana. Gran problema, entonces, el que está pasando el rey Abdalá II, pues la presión de la opinión pública en el país se ha orientado mayoritariamente a cuestionar su participación en la coalición internacional liderada por Estados Unidos, que busca derrotar al EI.

Este inesperado escenario ha llevado a que el propio monarca haya aceptado rápidamente el canje de Al Rishawi por el piloto Al Kasasbeh. Entre la espada y la pared, no será fácil para el gobierno jordano ponerse a un costado sobretodo porque hoy, más que nunca, Washington está buscando más aliados que se sumen al proyecto militar sobre los yihadistas. Al cierre de esta columna no se sabe nada respecto del desenlace de esta tragedia para las familias de los rehenes y, por supuesto, para Jordania y Japón que estarían contando las horas por el nuevo plazo anunciado y que debe concluir en pocas horas. Queda clara la diferencia de las reacciones tanto Jordania como en Japón, confirmando cómo en las relaciones internacionales los actores se desempeñan considerando factores como la cuestión de Estado y la idiosincrasia, entre otros.