En la noche del domingo 7 llegaron al país las primeras 300 mil vacunas (150 mil dosis) contra el COVID-19 del laboratorio chino Sinopharm, generando en todo el Perú gran alegría. Fue como si viéramos la luz al final del túnel, la posibilidad de salir de la crisis sanitaria y económica que vivimos ante el colapso del sistema de salud pública.
Nos aferramos a la idea de que pronto retomaremos una nueva normalidad, volveremos a las calles, se reactivará la economía, recuperaremos puestos de trabajo perdidos, tendremos elecciones el 11 de abril, y superando la crisis política y falta de legitimidad de nuestras autoridades.
Aún las autoridades sanitarias nos advierten la necesidad de mantenernos alertas, continuar usando mascarillas, lavarse las manos, usar alcohol y guardar el distanciamiento físico. Recordemos que somos alrededor de 30 millones de peruanos y se necesita el doble de vacunas para alcanzar a todos.
Mientras esperamos el abastecimiento de vacunas necesarias, aún sin cronograma claro, es imprescindible atender las necesidades que la segunda ola de contagios exige. Los requerimientos de oxígeno medicinal han pisado fondo. No hay abastecimiento de oxígeno. Los proveedores han agotado su capacidad y pese a todo lo sufrido, no se aprende de la experiencia: no se han instalado plantas de oxígeno suficientes, recién se aprueba que la concentración del oxígeno pase de 99% al 93% y no se toman medidas reales de descarte del virus y atención primaria. Aunque se nos diga que son hombres de ciencia, actúan de manera improvisada.
La pequeña luz al final de túnel nos obliga aún más a ser solidarios. Desarrollemos canales de organización vecinal para cuidarnos mutuamente enfrentando la amenaza.