El Perú es un ejemplo de lo que cuesta equivocarse. Las circunstancias, probablemente exacerbadas por la grave crisis sanitaria y económica por la pandemia, empujaron a una gran parte de los peruanos a elegir como presidente a Pedro Castillo, quien no solo hacía gala de su extremismo de izquierda sino también de su improvisación. El actual Jefe de Estado era fruto de una relación con Perú Libre en la que había mucha necesidad y –ahora sabemos– pocas coincidencias. Como era previsible, los primeros meses de gestión fueron de gran inestabilidad política. Esta tuvo gran influencia en la actual crisis de nuestra economía.

Ante esta difícil coyuntura, Castillo dio un golpe de autoridad, aunque más parecía el disfraz de la urgencia ante el fracaso. Removió el gabinete ministerial de Guido Bellido y se ganó la animadversión del dueño del partido que lo llevó al Gobierno. Esto desencadenó que ayer Vladimir Cerrón difundiera un comunicado cuestionando duramente al presidente de la República y al gabinete ministerial, quitándole el respaldo de Perú Libre.

Es evidente que el reacomodo político de Castillo en el nuevo contexto político no será fácil. Tendrá en contra a su partido y principalmente a Cerrón, quien ha demostrado que no necesita compañeros sino subordinados, y que en vez del debate prefiere la reyerta.

Lo más probable es que estas tramas oscuras del poder generen ingobernabilidad e incertidumbre, algo completamente negativo para la reactivación económica en nuestro país. Como dijimos, nos está costando mucho equivocarnos.

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