En un ataque de incontinencia de su afán de figuración, el cardenal Barreto sorprendió esta semana al presentarse como el nuevo guardián del buen orden social y vigilante de la moral pública. De alguna manera nos dijo a los peruanos que no nos preocupemos, porque él está a cargo desde ahora. Para él, los asuntos del Estado son también de Dios.

Con poca elegancia y en un derroche de figuretismo, Barreto nos compartió que se había reunido con el mismísimo presidente Castillo y que de la junta suprema surgió algo así como un compromiso presidencial de enmendar rumbos. Incluso se atrevió a anunciar que venían cambios ministeriales, incluyendo al premier Aníbal Torres.

Interesante es notar que ningún vocero -político o periodístico- de la izquierda caviar ha salido a criticar esta intromisión de Barreto. Cuando en tiempos de Cipriani eran los primeros en apuntar el dedo al cardenal para espetarle sus faltas cuando se pronunciaba sobre temas como el aborto. Por entonces, los caviares y sus “aspiracionales” reclamaban respetar la figura del “Estado laico”.

Cabe preguntarse entonces si la actitud del cardenal Barreto no tiene un trasfondo más profundo. Difícil es creer que un hombre de su jerarquía señale este tipo de precisiones a título personal, consciente como es de lo delicado de los ánimos en estos días. Y más todavía, cuando en la reunión estuvo presente el presidente del Acuerdo Nacional.

Podría pensarse que su reciente toma del cargo de Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú ha envalentonado al ya temerario cardenal Barreto. Pero para sentirse tan seguro para auto nombrarse, en la práctica, en vocero del presidente, pasando por encima de Perú Libre y del mismísimo Vladimir Cerrón. Su anuncio de que “habrá un nuevo premier que no dependa de Perú Libre o del entorno del presidente” ¿habrá que tomarlo como que dependerá de su visto bueno? Y la “luz verde” de Barreto ¿será para un gabinete de “expertos” caviares?