La polarización en el Perú, que se trasluce en redes sociales y en medios de comunicación, se ha vuelto tan tóxica que agrava aún más la crisis que vive el país. El problema es que los extremos se han envalentonado y tienen protagonismo, chillan más y por ende imponen sus discursos y narrativas hoy.

Los extremistas de derecha e izquierda no quieren debatir, ni sentarse en una mesa para buscar consensos. Lo que quieren es destruir al otro, desaparecerlo del escenario. Tienen un lenguaje procaz y todo lo ven blanco/negro. Si no piensas como yo eres el demonio y mereces ir al fuego.

Ninguna democracia sobrevive así. No necesitamos que desaparezca la derecha, o que desaparezca la izquierda. Ambas son necesarias para el balance, la discusión, la búsqueda de ideas y acuerdos. Ambos pueden aportar, siempre y cuando los principios democráticos. Eso de querer exterminar al otro, borrarlo del mapa, linda con el fascismo. Es el odio al otro por su forma de pensar.

En el Perú de hoy existe una guerra de bandos en la que, estoy seguro, la mayoría de peruanos no participa. La mayoría no es extremista ni comulga con ninguno de esos extremos. Pero esos extremistas están empoderados y, por ejemplo, están en el Congreso. En política, ser moderado hoy es prácticamente un pecado mortal. No se acepta más que el blanco/negro, como si la realidad y la verdad no fueran cuestiones complejas, de diversos matices, a veces inasibles.

Si esos extremos siguen imponiendo sus narrativas y discursos tendremos consecuencias lamentables. La democracia liberal se nutre del debate y la pluralidad. Que haya gente odiando a otra por sus ideas, que haya gente pidiendo desaparecer a todo aquel que no piensa igual es antidemocrático. Si algo hay que aborrecer es la corrupción, la ilegalidad, la injusticia, venga de venga, del color político que fuere.


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