El festival “Saliendo de la caja” organizado por la Facultad de Artes de la PUCP, pretendía mostrar una obra escénica “testimonial” con el peculiar nombre de “María Maricón” como muestra de “conflicto” entre lo religioso y el progresismo de género, anidado en la mente de su creador. Ello, debería llevarnos a reflexionar sobre cuán importante resulta ser el arte de respetar a los demás y, antes de actuar, tratar de ponernos en los zapatos ajenos, para evaluar el daño que podríamos o no causar.
El respeto no es un acto “relativo” como tampoco la ética un “fenómeno cultural”. La libertad que consagra la Constitución y todos los derechos conexos, tienen ciertamente límites, aquellos que las sociedades civilizadas se imponen a través de la ley para permitirse habitar espacios colectivos, respetándose los unos a otros. “Denigrar” deliberadamente no puede ser considerado como un acto de libertad sino de libertinaje. La libertad se circunscribe a la capacidad de tomar decisiones y actuar según nuestra propia conciencia y voluntad sin ser restringidos por fuerzas externas, mientras que el libertinaje se refiere justamente a esta falta de restricciones o limites en nuestros propios actos que pueden afectar negativamente los derechos de los demás. La libertad es disciplina, como decía Platón. El propio papa Juan Pablo II decía que la libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho de hacer lo que debemos o, como decía Fedor Dostoyevski, “la libertad no es contenerse a sí mismo, sino saberse controlar”
El saber guiar nuestras acciones a través del respeto a los demás es, a mi humilde juicio, hacer uso y ejercicio de nuestra capacidad de libre albedrío humana y nos permite proteger una vida civilizada donde mis derechos terminan exactamente allí donde empiezan los de los demás. Hacer uso deliberado y expreso de símbolos religiosos, que millones de personas respetan y adoran (cualesquiera que estos sean) para ridiculizarlos en pro de un mensaje posterior que pretende afincar un fallido derecho de expresión, no parece ser precisamente una buena decisión. Por sí misma, esta acción busca confrontar y llamar indignamente la atención. No puede ser concebida la denigración ajena como derecho a la libertad de expresión. Todo tiene un límite, incluso la propia libertad de las y los progresistas de esta universidad.