Lo que más recuerdan los alumnos de sus maestros no es su dominio del curso, su capacidad didáctica u oratoria, las anotaciones en los trabajos o el desarrollo de las clases, sino el vínculo que establecieron con ellos, sea al sentirse maltratados o en cambio acogidos y apoyados. En especial recuerdan y valoran el hecho de que estuvieran allí para sus alumnos. A final de cuentas, los alumnos recuerdan positivamente a aquellos maestros que expresaban amabilidad, empatía y se mostraban preocupados por sus alumnos; su cordialidad, receptividad, el tiempo que se tomaban para escucharlos y hacerles sentir que lo que pasaba con ellos era importante.
También los profesores recordamos con el paso de los años a ciertos alumnos, no porque sacaban las notas más altas o porque tenían una conducta impecable (cosas que se olvidan con facilidad), sino aquellos con los que se pudo establecer un vínculo significativo y recíproco. Aquellos con los cuales uno aprende algo importante que se instala en nuestra manera de ser maestros. Recordamos también a ciertos padres constructivos, que valoraban nuestro esfuerzo por educar a sus hijos.
Quien sabe el Día del Maestro debe ser el día que los maestros agradecen a los alumnos, porque en ese vínculo recíproco y cordial los maestros vamos modelando nuestras convicciones, nos ayudan a desaprender aquello que no hace mucho sentido y reaprender aquellas que tiene mucho más significado y potencial educativo.
En un 6 de julio en el que se suele homenajear a los maestros, les agradezco a mis alumnos lo que me enseñaron para hacer de mí un mejor maestro.