“Traje elegante, cuellos rígidamente almidonados, brazos curvados, puños descansan en la cintura, gesto adusto, el espejo muestra al hombre que preñara a Roma, a la Italia, para parir al mundo nuevo, ¡yo, Benito Mussolini!. Giro, grito a mis huestes ¡marchen!, ¡el fascista es acción que libera de toda bobada democrática, rompiendo esas cadenas burguesas llamadas derechos humanos”.
En las últimas elecciones, de 535 diputados, el Partido Nacional Fascista obtuvo 35, cree que su momento ha llegado. Exigen el gobierno, inflamados de acción corean Marcia verso Roma. Del 27 al 29 de octubre de 1922, unos miles de personas vestidas con camisas negras, haciendo el saludo romano, capturan sedes institucionales públicas, ocupan locales policiales o militares, acceden a depósitos de armas...
En la ciudad eterna todo es discutir, entre las derechas liberal o conservadora, y las izquierdas socialdemocratas, los combatientes fascistas avanzan,... multiples voces discuten cómo proteger a los italianos del radicalismo, de la insurgencia.
Luigi Facta, primer ministro, lider del Partido Liberal, logra el documento amparado en la Constitución, un decreto para que las fuerzas del orden enfrenten a la revolución de los Fasci Italiani di Combattimento. El rey se niega a firmar, desea impedir baño de sangre entre connacionales. Facta debe renunciar. Il Popolo d’Italia, periódico oficial del fascismo, titula “Mussolini crea para Italia un Gobierno digno de sus inevitables destinos”. Siguiente paso, primera reforma, cambiar el sistema electoral asegurando el imperio de la imparcial mayoría fascista; parafraseando al testigo de época Charles-Roux, una dictadura legal.
Il Duce medita, se mira en los espejos de la sede de gobierno, llego después del triunfo pues estaba en Milán esperando por seguridad, tal vez imagina que en cien años de Europa a los Andes, otros ojos verán la imagen reflejada del hombre viril que preñara el mundo, “...mis fascistas hijos...”.