He sentido la necesidad de dedicar esta columna a Marcos Gheiler quien, en vida, además de ser mi amigo, fue mi maestro en el psicoanálisis aplicado a la educación, especialmente a la tutoría.
Falleció hace varios años en pleno apogeo de su carrera profesional y desarrollando cada vez más la comprensión de los procesos educativos. Fue un médico y psicoanalista con quien tuve una relación profesional y amical por cerca de 20 años. Con él sostuvimos reuniones semanales, sin agenda, juntamente con las psicólogas y los tutores en el colegio León Pinelo. En ellas nos enseñó, por ejemplo, a diferenciar lo “latente de lo manifiesto”, a potenciar la escucha y el diálogo, pero sobre a descubrir en las entrevistas los sentimientos del entrevistado para desde allí conectarnos con la persona y desarrollar una conversación pertinente.
Una frase entre otras que me enseñó Marcos, y que la utilizo mucho en mis capacitaciones con profesores, es la siguiente: “Es muy importante lo que el maestro sabe, lo que hace, pero lo más importante es lo que lo que el maestro es”. En mi próximo libro (que publicaré pronto) “Tutoría y Bienestar Socioemocional”, están plasmadas muchas de sus enseñanzas.
Por otro lado, lo ayudé mucho, según me lo decía, en temas relacionados a educación y pedagogía. “Decía que yo me había alimentado mucho de la teta del psicoanálisis”, y yo le replicaba que él también se había alimentado mucho de la teta de la educación, la pedagogía y el currículo”. Llegó a constituir el Instituto de Desarrollo Humano y creatividad”, proyecto en el que lo acompañé varios años. Se trataba de institucionalizar la aplicación del psicoanálisis a la educación. Por mis funciones de viceministro nos distanciamos. Qué bueno hubiese sido que nos acompañara en estos tiempos. Un recuerdo a su memoria eterna e imborrable. Marcos, estés donde estés: te extrañamos.