Es claro que desde hace mucho tiempo los peruanos vivimos una ola de violencia que se expresa el crímenes, robos, asaltos, secuestros, extorsiones y hasta terrorismo en la sierra de la región La Libertad. Sin duda desde hace mucho es el principal problema que afecta a todos los ciudadanos, sin distinción. No obstante, la situación tiende a agravarse y a hacernos ver que si ante una situación excepcional no se toman medidas excepcionales, el hampa nos va a ganar esta guerra.
Nunca antes se había visto en la capital que empresas de transportes urbano de pasajeros tengan que parar sus actividades por temor al ataque de delincuentes que les exigen dinero a cambio de no atentar contra sus trabajadores, pasajeros y unidades. El fin de semana último, un conductor que laboraba en Lima Norte falleció al recibir un impacto de bala, mientras que un usuario resultó herido. Hasta el momento han sido asesinados tres conductores en esta ola de cobro de cupos.
Por estos días ha sido arrestado en Trujillo un engendro dedicado a cortar los dedos de las víctimas de sus secuestros. Sin embargo, habría que ver si el Ministerio Público y el Poder Judicial actuarán con el rigor que requiere el nivel de brutalidad y salvajismo de este hampón que sería parte de la banda conocida como “Los pulpos”, que lleva casi 20 años operando a través de dos generaciones, sin que las sucesivas autoridades que ha tenido el país se despeinen.
Que el hampa comience a disparar a ómnibus con pasajeros o que tengamos a un “cortadedos” en las calles, es hablar ya de un nivel de criminalidad que exige acciones decididas y oportunas no solo de la Policía Nacional, sino de un sistema de justicia benevolente y hasta cómplice de feroces delincuentes que saben que si son arrestados, en poco tiempo podrían estar nuevamente en las calles para indignación de los ciudadanos que viven en el más grande desamparo.
Estamos como al inicio de los años de la irrupción terrorista en el Perú, en que las autoridades, frente a este nuevo tipo de delito que surgió en los años 80, perdían tiempo en definiciones teórícas, en tirarse la pelota y en no saber qué hacer con leyes obsoletas para ese tipo de criminalidad, mientras Abimael Guzmán y sus huestes avanzaban libremente. Sin duda no hemos aprendido la lección y los platos rotos los están pagando los ciudadanos de a pie, y también los que suben a un micro en cualquier esquina para ir a trabajar o estudiar.