Las improvisadas elecciones congresales de inicios del 2020 permitieron que la población harta descargara su cólera contra la clase política que nos desgobierna por décadas, por su fracaso gestionando la pandemia, y ya estamos pagando ese costo. Han elevado el populismo a su máxima expresión para atender intereses personales y perforar las reservas nacionales con leyes irresponsables que las han adelgazado peligrosamente.

Producida la costosa descarga toca ahora las elecciones de la sensatez cuyos resultados deben procurar la salvación nacional. Necesitamos un presidente y congresistas que puedan mirar el país desde las alturas, viendo que se avecina el tsumani de una nueva epidemia con la anterior aún no resuelta, de modo que nos coja bien plantados gracias a la concertación de voluntades y uso eficaz de las inteligencias y recursos estatales y privados. Es la única manera de gestionar el estado sobre aguas turbulentas de modo que podamos alcanzar algún nivel de normalidad dentro de la anormalidad, en tanto regresan las aguas tranquilas.

Ojalá que al votar los peruanos puedan ir más allá de las emociones pasajeras que despierte algún detalle simpático de algún candidato, para escoger a los pueden evitar que pisemos fondo, del que ya estamos bastante cerca. No podemos esperar al 2026

Si somos serios hablando de una educación para aprender a trabajar en equipo, confrontar ideas sin descalificar o destruir para co-construir propuestas superiores, si abogamos por hilvanar lo mejor de cada uno, entonces elijamos cuidadosamente a quienes puedan personificar esas aspiraciones.