Si la mente humana funcionara como una computadora inteligente que recolecta datos y analiza tendencias desapasionadamente, mucha más gente se iría lo antes posible del Perú. Existe un círculo vicioso de corrupción y traición necesario para llegar al poder y estando allí para protegerse y beneficiarse, sumado a la escasa confiabilidad del sistema de justicia y la creciente inseguridad social, todo lo cual tiene como respuesta ciudadana “sálvese quien pueda”, “el acceso al poder es para repartirse el botín” y “la corrupción dejó de ser un tema ético para convertirse en un impuesto para conseguir lo que quieres”. Anarquía a la vista.

En política no hay milagros y como lo vemos en las elecciones de gobernantes y congresistas, vivimos en una espiral de deterioro creciente. Me pregunto si es posible revertir eso antes de la explosión social altamente destructiva. Asumo que eso es posible si es que aparecen personajes o grupos providenciales que irrumpen en la escena política para desviar el rumbo de lo que parece inexorable. Pero eso significa que se necesita una masa crítica de líderes y ciudadanos cuya militancia política y sinergias produzcan esa disrupción. La única forma que se me ocurre que pueda surgir es a través de una poderosa alianza de las “fuerzas de la decencia” combinada con estrategias educativas cuyo propósito sea producir agentes de cambio.

Cada peruano debiera preguntarse si es uno más de los complacientes resignados, un potencial migrante, o si está dispuesto a convertirse en un agente del cambio. Qué mejor que 28 de julio para buscar una respuesta en el espejo.