Imagen
Imagen

Por Javier Masías @omnivorusq

El último capítulo de la larga confrontación mediática entre alta cultura y gastronomía, lo componen dos anuncios. Por un lado el del Mali, en estos momentos el museo más importante del Perú y el que despierta mayor interés internacional, que después de invertir 25 millones de soles en remodelaciones y compras para ampliar su colección, publicaba su esperada reapertura plena para la primera quincena de agosto. El segundo anuncio es el de Apega, a su vez la entidad gastronómica más importante del Perú y la que más relevancia internacional tiene hoy, según la cual la feria gastronómica Mistura ocupará el Parque de la Exposición en el que se encuentra el Mali, y lo cerrará durante cinco semanas incluidas todas las de agosto, para llevar a cabo los arreglos de infraestructura que hagan falta para su realización. No solo ambos eventos de máxima importancia están programados en el mismo lugar y los preparativos de uno anularían el lanzamiento del otro: los anuncios fueron hechos el mismo día.

Para entender cómo llegamos a este punto conversé con Natalia Majluf, directora del Mali, y con Mariano Valderrama, vicepresidente de Apega. Lo primero que rescato de ambas conversaciones es que de los dos lados existe un inmenso respeto por el aporte que representan las dos instituciones y eventos a la cultura y promoción del país.

Pero el origen del problema parece ser la decisión de Apega de que Mistura se lleve a cabo en el Parque de la Exposición tal como ocurría hace algunos años, antes de que quedara chico y se decidiera cambiarlo por el Campo de Marte. Creímos que encontraría su lugar definitivo en la Costa Verde de Magdalena –“el hogar de Mistura”, se dijo en la prensa de entonces– cuando Apega anunció un acuerdo que no han cumplido para quedarse ahí por cinco años. Este retorno al Centro de la ciudad antes del plazo no solo es polémico sino sorpresivo. “Sí lo anunciamos, pero el tema del acceso a la feria fue crítico el año pasado y nos perjudicó que sin previo aviso la municipalidad decidiera seguir las obras justo en la misma época”, me cuenta Valderrama. “De nada sirve un cronograma de obras municipales que no se cumple, aún si la responsabilidad fuera de las empresas que tenían a su cargo la concesión”. “Para el Mali”, me dice Majluf, “el problema no es Mistura, el problema es el cierre de un parque público y de cómo esto termina cerrando de una u otra forma el principal museo de arte que tiene la ciudad”. Puede que el problema no sea Mistura, pero queda claro que ahora no es la municipalidad la que sorprende a Apega, sino Apega quien sorprende al Mali con el apoyo de una municipalidad que pudo evitar esta innecesaria confrontación.

Asumiendo que ambos eventos deben realizarse por su inmensa importancia y considerando que como el museo no puede moverse y Mistura sí, solo hay dos soluciones posibles: Mistura se muda a otro lugar o el Mali posterga su reapertura. Sé que a muchos les sorprenderá que me incline por la primera siendo este un espacio que se ocupa de la reflexión gastronómica. Para mí el asunto es muy claro. El discurso de la gastronomía peruana en el que se sostiene Mistura es el de la inclusión y es lógico que para hacer sostenibles sus actividades Apega cobre una entrada a la feria, pero es justamente lo contrario que en su propuesta de sostenibilidad se cerque un espacio público para uso privado perjudicando además a otra entidad de altísima importancia. La presencia de Mistura en el parque es cuando menos indebida.

Para mí está claro que ninguna manifestación cultural debería estar por encima de la otra, y que la expresión viva de siglos de cocina no pesa más que la historia del arte peruano ni viceversa. Por ello le doy la razón a Mariano Valderrama en un aspecto: “Mistura trae muchas oportunidades. Vienen 500 periodistas y cerca de 30 mil turistas. Si trabajáramos juntos, Mistura podría hacer campaña para que visiten las exposiciones del Mali o incluso incitar a la prensa internacional a aprovechar el museo en sus coberturas”. Como recordarán quienes me leen, desde hace varios años vengo promoviendo la idea de que el Mali podría aprovechar la coyuntura que genera Mistura para hacer exposiciones de temas vinculados a la cocina, como bodegones históricos, tal como ocurre con el Museo de El Prado cuando tiene lugar Madrid Fusión. Sin embargo creo que organizar un trabajo serio en ese sentido toma tiempo y que este podría llevarse a cabo solo una vez que el Mali tuviera el lanzamiento que le corresponde como resultado de tanto esfuerzo. La gastronomía no debería ser enemiga de otras formas de cultura sino al contrario.

¿Adónde mandaría a Mistura? Ese es un problema que los limeños ya llevamos discutiendo varios años y que rebasa al tema de la feria y de esta columna: compete a la municipalidad darle una solución a la búsqueda de un espacio para hacer actividades de gran escala como lo tienen todas las capitales importantes del mundo, y como debería ocurrir, hace tiempo, en nuestra ciudad. Mientras tanto, probablemente lo más sano sea volver a la Costa Verde de Magdalena, tal como estaba previsto originalmente, y si la municipalidad quiere ayudar en algo podría garantizar que se mitiguen los problemas de acceso que tuvieron en la gestión anterior.

MÁS DATOS:

El Mali recibe 300 mil visitas en un año normal pero las proyecciones para el 2015 con la reapertura sin Mistura llegaban las 600 mil.

Ya hay exposiciones programadas que podrían postergarse pero desde que se anunció Mistura el museo ha perdido auspicios importantes.