La constatación fehaciente de la existencia del infierno es la propia vida de los monstruos que pululan en la sociedad violando niños o asesinándolos. Semejantes crímenes no pueden quedar impunes. No basta con la cárcel o todo el rigor del Derecho. Tiene que existir, seguro existe un lugar donde estos monstruos paguen por todo lo que han hecho al triturar la dignidad de seres indefensos e inocentes.
El misterio del mal es insondable y lúgubre, pero no por eso deja de aterrar la contemplación de cómo se manifiesta en la vida social. Ahora bien, si el mal tiene una evidente dimensión personal (la psicología del criminal es pavorosa), también es cierto que la sociedad ha creado estructuras que fomentan la perversión, el abuso y la violencia. Estados absolutamente debilitados por la confrontación cainita, sistemas inoculados de odio y división, lugares donde se premia la mediocridad y toda clase de vicios son el caldo de cultivo perfecto para que los monstruos se fortalezcan, asuman un rol preponderante y, llegado el momento del destino, emitan su zarpazo feroz. Me decías que no entiendes cómo existen seres así en la tierra. Ensayo una respuesta: existen porque los hemos alimentado, sobreviven porque dejamos de perseguirlos enfrascados como estamos en una absurda guerra política donde no hay vencedores ni vencidos.
Algo tiene que hacer la política para liquidar a los monstruos que esta sociedad podrida va creando en su debilidad. ¡O tempora, o mores!, decía Cicerón (¡Qué tiempos, qué costumbres!) y no le faltaba razón. Para lograr una auténtica regeneración tenemos que volver a educar a los niños y jóvenes en la responsabilidad, en el trabajo serio y en la dura virtud. Solo así se engrandecen los países, solo así sacaremos adelante al Perú.