Se quiere atribuir al fenómeno de la globalización virtudes de una extraña gobernabilidad internacional. Es un error. El gobierno supone capacidad para tomar decisiones verticales sobre los gobernados y el territorio en que viven. Esto es esencial para comprender que la gobernabilidad es propia del frente interno del Estado.

Fuera de las fronteras nacionales, el relacionamiento con los demás Estados, es enteramente horizontal, pues no existe un Estado jurídicamente más importante que otro. EE.UU. y Somalia, lo son, aunque no lo sean política, económica o militarmente, constituyendo una garantía para el Orden Mundial.

Pegado al gobierno yace la soberanía, que es una cualidad intrínseca al Estado, por lo que sin soberanía no hay Estado. Por esa razón, tampoco existe la soberanía global o internacional. La globalización existe para dinamizar y estrechar las vinculaciones entre Estados y otros actores internacionales, no para crear una superestructura de gobernabilidad planetaria.

El mundo es anárquico por naturaleza, es decir, no cuenta con una autoridad central -la ONU no lo es- como, en cambio, sí pasa en el Estado. Los propios europeos, promotores de la globalización económica, advertidos de la amenaza de una Constitución para la Unión, la rechazaron abrumadoramente.

Los que pregonan el gobierno global, valiéndose de la ONU, que es un foro político con legitimación mundial, quieren imponer una agenda global para los Estados, y hasta para enfrentar las amenazas comunes -ej.: pandemia, migración, medioambiente, etc.,-, propugnan crear una fuerza transnacional que prescinda de las Fuerzas Armadas, que son propias del Estado para la seguridad y defensa nacional.

Esta idea de la relativización de la gobernanza nacional, que es lo mismo que de la soberanía, superponiendo una exacerbación de derechos, lamentablemente ideologizados, los lleva a crear marcos normativos (tratados) para el empoderamiento supranacional (tribunales). Lo único que puede haber en el mundo, son las vinculaciones de coordinación y de colaboración entre los Estados y otros actores convencionales. Nada más que eso.