Según Axel Kaiser, la herencia del régimen de Chávez y Maduro ha generado “casi ocho millones de refugiados económicos en el exilio, 52% de la población en indigencia y 81.5 en pobreza, 65% de los niños con problemas de desnutrición, caída del PIB de 70%, más de diez mil ejecuciones extrajudiciales”, etc.
Ante esta realidad, era entendible que Venezuela le diga no a Maduro. Cinco encuestadoras internacionales habían dado una ventaja de más de 30 puntos porcentuales al candidato de la oposición, Edmundo González. No obstante, el Consejo Nacional Electoral de Venezuela dio por ganador a Maduro con el 51% de los votos.
A mitad de semana, el Consejo Permanente de la OEA se reunió de emergencia para aprobar una resolución que planteaba que el organismo electoral publique los resultados en presencia de observadores a fin de que se verifiquen. Vergonzosamente, se alcanzaron 17 votos a favor y 11 abstenciones entre las que estaban las de Colombia, México, Brasil, Bolivia, Honduras, etc. Con lo cual, a pesar del rechazo internacional, los resultados de las elecciones en Venezuela no se tocan.
Para Adam Przeworski, politólogo profesor de la Universidad de Nueva York, “la democracia es un sistema en el que los ciudadanos deciden colectivamente por quién y, en cierta medida, cómo serán gobernados. (…) En la concepción minimalista, esto es todo lo que hay en la democracia”. En Venezuela es evidente que las elecciones no sirven para convalidar la democracia, al contrario, confirman la tiranía de Maduro y su represión criminal. No olvidar a los complacientes con el tirano, allí también está la representante de la izquierda de Verónika Mendoza aliada de Antauro.