El reconocimiento de la presidenta Dina Boluarte de hechos que había negado incluso hasta horas antes del mensaje a la Nación de la noche del jueves, hace que nos preguntemos si debemos creer a la mandataria cuando promete, entre otras cosas, que su gestión acabará con la delincuencia, que mejorará la economía o cualquier otro anuncio que salga de su boca.

El modus operandi es primero se miente y niega todo. Luego, abrumada por el peso de las evidencias, termina por reconocer todo lo que en su primer momento había negado.

Ahí tenemos, por ejemplo, las distintas versiones sobre las joyas que, finalmente, reconoció que fueron “un préstamo de su wayki”, el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima. Luego están las negativas respecto a la influencia de su prófugo hermano en el aparato estatal y cómo habría usado, según el Ministerio Público, al sistema de prefectos y subprefectos para lograr inscribir a su partido político. También está el caso “cofre”, que fue elevado a niveles de ayuda a huir a otro prófugo, esta vez Vladimir Cerrón; por su indefendible ministro del Interior, Juan Santiváñez.

Y ahora la operación tantas veces negada. Lo peor es que la mandataria culpa a la prensa cuando la que miente es ella.

Victimizarse ya no sirve y ofrecer cosas tampoco, por eso su aprobación y el margen de error de las encuestas empatan en 3%. En el gobierno de Boluarte ya no se puede confiar.

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