Hemos pasado los peores días de la república. Los de mayor angustia con jóvenes aglomerándose en las calles en plena pandemia mortal, en riesgo ellos y sus familias, exponiéndose a las violencias de vandalismos y represiones con excesos claramente silenciados o exacerbados. Nada fue pacífico. No funcionaron las prohibiciones, tampoco las regulaciones, menos las jerarquías, ni el toque de queda fue respetado. Simplemente el vacío de autoridad y de racionalidad.
Manipulaciones mediáticas y políticas con estentóreas exigencias de renuncias, traiciones, dudas, tribulaciones e instigaciones. Pasamos horas sin presidente de la República, sin primer ministro, sin ministros, sin presidente del Congreso y con congresistas de autoridad diminuta por aceptación propia. No solo el Perú apareció premiado con la peor crisis sanitaria y el peor manejo económico del mundo, también exportamos la peor imagen de anarquía y desgobierno después de la vacancia presidencial dispuesta el 9 de noviembre por el Congreso.
Dos jóvenes muertos fueron el clímax irreparable, sujeto a investigación para determinar responsabilidades. Tras la renuncia del presidente Manuel Merino y de su premier Antero Flores-Araoz, las buenas voluntades y las leyes dieron paso a arbitrariedades, intereses subalternos, violencia, caos y anarquía durante horas interminables.
El Congreso colocó a su mejor exponente a la cabeza del país para dar solución a la crisis multifacética y conducir elecciones. Francisco Sagasti fue la solución que puso fin a tan dramática etapa. Su notable discurso conciliador y unificador terminó con dos años de intensa división y confrontación entre peruanos. Su inteligencia es promesa, su integridad esperanza.
}Finalmente el Tribunal Constitucional selló conscientemente esta semana horrible al declarar improcedente la demanda competencial contra la primera moción de vacancia contra Martín Vizcarra. Prevaleció la sustracción de la materia, los hechos cuestionados estaban consumados. Cierto. Todo consumado en una historia que no puede ni debe repetirse a riesgo de convertir al Perú en Estado fallido. No olvidarlo.