La salida de Alberto Otárola del premierato y el ingreso de Gustavo Adrianzén, lo que implicó la renuncia formal de todo el equipo ministerial, fue una buena oportunidad perdida para que la presidenta Dina Boluarte se decida, por fin, a relevar al titular del Interior, Víctor Torres, quien no da batalla para el cargo, al extremo que ha culpado a la prensa de no resaltar los logros de la Policía Nacional y prefiere consolarse al afirmar que Colombia y México están peor que nosotros.
El fin de semana hemos tenido siete asesinatos en situaciones diversas en el distrito de Puente Piedra, en la madrugada de ayer vimos un nuevo robo en manada de equipos electrónicos de alta gama, esta vez nada menos que en el óvalo Gutiérrez, de Miraflores. El lunes han asesinado en Zarumilla a un exalcalde, mientras en Trujillo los casos extorsión siguen al galope, en perjuicio especialmente de transportistas, pequeños empresarios y emprendedores.
A propósito, ahora que está por cumplirse un mes de la declaratoria del estado de emergencia en dos convulsionadas provincias de la región La Libertad como son Trujillo y Pataz, sería bueno saber cómo va el balance de esta medida que al menos en dos distritos de Lima no trajo resultado alguno. ¿Bajaron las llamadas extorsivas? ¿Se redujeron los petardos de dinamita dejados en las puertas de los negocios? ¿Se puso en vereda a los sicarios? ¿Cayó algún secuestrador?
De otro lado, mientras el ministro Torres era ratificado y tomaba nuevo juramento en Palacio de Gobierno, el prófugo Vladimir Cerrón debe haber estado soltando una sonora carcajada desde alguno de sus escondites, al saber que el mismo que hasta el momento no logra capturarlo, se mantiene en el cargo. Habrá que volver a contar cuántas veces el titular del Interior insiste en decirnos que la captura de este delincuente “es inminente”.
Queda claro que la presidenta Boluarte no tiene intención alguna de combatir frontalmente a la delincuencia. Nadie le ha dicho que puede estar cavando su propia tumba política, pues llegará un momento en que la gente en las calles dirá “basta”, y el Congreso que siempre va hacia donde soplan los vientos, no dudará en sacarla de juego, especialmente si se trata de un gobierno débil que depende mucho de los ánimos y humores de sus eventuales aliados.