Llegamos al momento climático crucial de todos los años, pero ahora con el COVID-19 encima. Todos nos asustamos por las noticias: lluvias con niño, sin niño, y ahora niña o sin ella, porque la palabra “probable” la usan por inseguridad y porque no se puede probar. Así crean el rentable caos.

Los conocedores se juntan, lanzan pronósticos proponiendo compras nuevas. Asustan, hacen dudar y otros esperan a que la duda crezca, para tomar decisiones; y estas lamentablemente llegarán después del desastre porque las compras de emergencia demoran y el huaico caerá antes. Frente a esto se echarán la culpa entre todos, y para no chocar acusan a quien no puede defenderse mediáticamente: la naturaleza.

Los sabios dirán que estamos cambiando el clima y listo. Los inversionistas no apostarán en sus empresas y después del desastre harán el negocio navideño. Una vez que pase invertirán en la emergencia creada con mínima inversión y mayor lucro, porque hay poco control por calmar la necesidad, y así sucesivamente.

En Navidad es la fecha donde la corriente El Niño se extiende trayendo aguas cálidas del norte y dando un aporte a nuestro verano estacional. Esto, aparte, trae como regalo otros gatillos climáticos que no les brindamos el conocimiento necesario porque lamentablemente no están de moda o no tenemos los medios suficientes para pronosticarlos con calidad y precisión. Por eso solo seguimos a los que dicen afuera y a la corriente El Niño la hacemos leña.

Deberá haber una Navidad que ya no gastemos para el próximo año. Habrá una natividad que ya estemos preparados para vigilar y proteger en unión nacional convirtiendo los desastres en beneficios. No usemos a la meteorología como explicación de lo que ya pasó, usémosla como herramienta de futuro.