El Consejo de Seguridad de la ONU ha denegado el pedido de Palestina formalizado por Jordania de aprobar una resolución que disponga el retiro de Israel de los territorios ocupados a más tardar a finales de 2017. Ha sido un revés muy duro para la diplomacia de Ramala. Para algunos estaba cantado que no prosperaría la aspiración palestina porque Estados Unidos lo hubiera vetado, aunque no fue necesario pues no alcanzaron los 9 votos requeridos. El contexto de la negación del Consejo no ha sido el mejor para los árabes. Las negociaciones iniciadas luego de más de 50 días de incesantes ataques sobre Gaza, en el mes de julio de 2014, se vio opacado por la continuidad de los enfrentamientos persistiendo hace muy pocos días. Pero el mayor revés lo lleva el mismo proceso de paz en conjunto. Los dos, Palestina e Israel, pierden. En esta columna hemos dicho en reiteradas oportunidades que la única posibilidad para lograr un acuerdo de paz definitivo y permanente es que Israel devuelva los territorios que ocupó luego de la Guerra de los Seis días de 1967 y que a cambio, Palestina asegure que Tel Aviv vivirá en paz permanente, sin el sobresalto de suceder nuevos ataques terroristas. La primera consecuencia de la referida devolución de los territorios ocupados debería ser el establecimiento de fronteras definitivas y seguras y el reconocimiento mutuo de la existencia de ambos pueblos como Estados. Para que todo este anhelo se produzca deben darse las condiciones que hoy no existen. Israel considera que mientras el Hamas mantenga un nivel de influencia o de presión sobre el gobierno de Mahmud Abas, será poco creíble un proceso negociador serio. Palestina debe fortalecerse hacia adentro e Israel romper la coraza de los últimos años siempre bajo el manto protector de Washington.