Arrancamos un nuevo año con el desafío de encarar las mismas deudas pendientes que nos han acompañado por demasiado tiempo. ¿Habrá algún cambio o si seguiremos atrapados en debates estériles que postergan el progreso que tanto necesitamos?
El primer gran desafío es fortalecer nuestro sistema de salud y educación. La pandemia fue una lección dolorosa sobre las carencias estructurales que padecemos. Sin embargo, el problema no se resuelve solo con más recursos. Se necesita una visión política que priorice la calidad de los servicios y que ponga a las personas en el centro.
El sistema de justicia es otra herida abierta. No se trata solo de cambiar leyes, sino de garantizar que la justicia sea independiente. Solo un sistema judicial sólido y confiable puede frenar la corrupción que corroe nuestra democracia y frena nuestro desarrollo.
Desde el ámbito económico, urge recuperar la estabilidad perdida. La política económica debe volver a ser coherente y predecible. La obsesión por la “reactivación” ha desviado la discusión de fondo: necesitamos políticas públicas que aseguren un crecimiento sostenido promoviendo la iniciativa privada y la innovación.
Tenemos una “descentralización de barro” que lo único que ha logrado es descentralizar la corrupción. El insipiente desarrollo local y regional se ve limitado por la politización de los recursos públicos asignados a las regiones. Es hora de reevaluar este modelo y hacer las reformas que necesitamos.
El Perú merece un rumbo claro y sostenido, donde las reformas no sean un discurso, sino una realidad palpable para todos los ciudadanos.