La vacuna contra el COVID-19 será lo único que calme a la humanidad gobernada por la incertidumbre. Por nuestro instinto de conservación, haremos cualquier cosa para no ser parte de la penosa lista de los más de 10 millones de contagiados o más de medio millón de muertos, que a la fecha ya cuenta el planeta. Por los notables avances científicos, la vacuna llegará y decirlo no es triunfalismo sino realismo. Más de 124 pruebas, entre preclínicas y clínicas, revela la carrera de los laboratorios en el todo el mundo por conseguirla. Cerca de 10 han dado pasos gigantescos y de éstos, cuatro están entre la segunda y tercera fase, es decir, en 3 meses deberían iniciarse las pruebas a varios millares de personas que, mapeadas sus reacciones, permita, entonces, llegar a la diosa certificación. Mucho dinero se viene invirtiendo para este soñado momento que podría llegar mínimamente en un año. La idea es que la vacuna sea no solo sea declarada “Bien Común de la Humanidad” como lo ha hecho la Organización Mundial de la Salud - OMS durante su 73° asamblea mundial virtual, o como ha dicho el eminente pensador peruano, embajador Oswaldo de Rivero, autor del celebrado “El Mito del Desarrollo”, al proponer que la ONU declare a la vacuna “Patrimonio Común de la Humanidad”, o como desde esta columna ya hemos referido su calificación de “Bien Intangible de la Humanidad”. En los tres casos se trata en el fondo de la misma idea totalizadora, es decir, que no se suscriba la tesis de la pertenencia por nada ni por nadie pues la vida humana es el bien jurídico máximo y su conservación, siempre será superior dado su preeminente carácter extrapatrimonial; sin embargo, para garantizar que así sea, no bastará una resolución de la ONU o de la OMS, que tiene solo alcance de recomendación. Propongo aprobar un tratado global que sí tiene carácter vinculante u obligatorio  

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